viernes, 29 de mayo de 2009

La vida que soñamos

desde el momento en que su novio, Josep, entra en coma tras ser operado de una enfermedad mortal, Carlos permanece en la habitación de la clínica día y noche, recordando los años que han vivido juntos.

Raúl Portero decide desarrollar este argumento siguiendo una arriesgada apuesta formal en la que los distintos planos temporales de la acción se entremezclan, tejiendo un rico universo narrativo donde los hechos concretos que pautan la historia ―la seducción, el sexo, la vida en pareja, la enfermedad y la muerte― pasan a un segundo plano. El lector más sensible pronto comprenderá que los acontecimientos concretos no son la esencia de La vida que soñamos, sino ese metalenguaje que establece un puente entre los vivos y los que ya no están para que el duelo y la ausencia resulten así menos insoportables.

estamos, por tanto, ante una novela en la que los pequeños detalles ―el reloj de Josep, el aroma de su cuerpo, que aún impregna las sábanas de su cama en el hospital, sus cosméticos, Molko, el gato negro que tantas anécdotas podría contar sobre los dos amantes― son los verdaderos protagonistas junto al dolor sin límites de Carlos.

la lucha contra el paso del tiempo es una de las claves que ayudan a comprender la compleja arquitectura compositiva de La vida que soñamos. Carlos quiere huir de la ausencia viajando a Seúl, ciudad que descubre junto a Josep en el capítulo siguiente, donde se narran las experiencias que ambos vivieron allí años atrás; algunos capítulos se cierran mostrándonos a un Carlos agotado que intenta conciliar el sueño con la ayuda de somníferos y que, en el capítulo sucesivo, despierta a la pesadilla cotidiana en que se ha convertido su existencia; un deseo baldío de compartir con Josep un futuro imposible de compartir. Sólo una reconfortante reaparición de Josep al final de la novela, en la cotidiana soledad de Carlos, hace que el lector pueda sentir, aunque sea por poco tiempo, la satisfacción del tiempo recobrado.

RAÚL PORTERO (Terrassa, Barcelona, 1982) ha estudiado Historia, Filología Francesa y Filología Hispánica. En la actualidad está cursando el ciclo formativo superior de Diseño y Producción Editorial. En comunión con otros artistas, formó la asociación «Adictos» con la que ha estrenado diversos cortometrajes en formato digital: Mortales sin carnaval (2000) y Atención al cliente (2006) son los más significativos hasta el momento.

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