celebrado por sus críticas cinematográficas y teatrales, autor de diversas versiones cinematográficas al español ―entre otras las de su admirado Stanley Kubrick―, director de teatro y de cine, dramaturgo y poeta, Vicente Molina Foix (Elx, 1947) es, sobre todo, uno de los más destacados representantes de la generación de escritores surgidos en la década de los 60 y herederos directos de Juan Benet, el novelista más influyente de nuestra narrativa española contemporánea.
la escritura de Molina Foix surge de la celebración de los cuerpos, en un hedonismo de raíz mediterránea, de la memoria, del juego y, en especial, de la escritura, concebida como una complicidad. Sin abandonar un mundo narrativo que le ha hecho inconfundible, su prosa se ha ido abriendo ―tal vez por la exigencia de sus adaptaciones teatrales y cinematográficas y por sus colaboraciones en la prensa― en novelas dominadas por el humor, la pericia argumental y una mayor atención por el desarrollo narrativo, como El vampiro de la calle Méjico, y que culmina en su obra más accesible y unánimemente celebrada, El abrecartas.
Con tal de no morir es, que yo sepa, su primera colección de relatos, pero ignoramos en qué fechas fueron escritos y si forman parte de un proyecto o es una simple recopilación o recuperación. Tal vez su unidad ―en cuentos de tan variados registros― nace de su fidelidad a las exigencias del género, pero también por el hecho de que, aunque quizá escritos en distintas épocas, se integran en este coherente mundo estético que ha creado el escritor alicantino a lo largo de toda su obra. Sólo en El peluquero de verdad, uno de los mejores, encontramos la celebración, el desenfado, las piruetas expresivas del Molina Foix más inconfundible, pero son muchos los relatos unidos por un valioso tema común: el de la soledad y la incomunicación en personas maduras, casi todas ellas solteras, con una intensa y reprimida o descaradamente exhibida sensualidad, que frecuentan bares, hoteles, peluquerías o discotecas en busca de compañía y donde se encuentran en extrañas situaciones. Hay pues una carga de emoción, una simpatía hacia los perdedores que el autor sólo había desarrollado plenamente en El abrecartas.
no todos los relatos ―como es propio de quien sólo se dedica esporádicamente al género, algo que en este caso no podemos más que lamentar― están a la misma altura. Todo él es un cuento inocuo que parte de una ocurrencia que no llega a desarrollarse, y en Como en Bagdad las coincidencias entre la primera invasión de Iraq y un caso de violencia de género son demasiado forzadas y explícitas. Las coincidencias se repiten, sobre todo, y ahora con acierto, en La hora española, desolada visión de dos personas solitarias en busca de compañía en Gadir, búsqueda en la que el intento de aventura sexual se confunde y se ve superado por la necesidad de encontrar un afecto filial.
las debilidades son las excepciones. El conjunto, sin embargo, está dominado por un enorme talento para crear situaciones y ambientes, con personajes donde la extravagancia y la comicidad no hacen más que acentuar un hondo sentimiento de desarraigo y desolación. En este sentido, el que mejor ilustra sus muchas y mejores cualidades es el ameno e intenso La ventana ilegítima, denuncia específica de la explotación inmobiliaria, sutil referencia a las arbitrariedades y abusos de la posguerra y delicado juego de relaciones. Con tal de no morir permite ser leído críticamente sin que en ningún momento decaiga el placer de una lectura llena de sorpresas.
(J.A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia)
la escritura de Molina Foix surge de la celebración de los cuerpos, en un hedonismo de raíz mediterránea, de la memoria, del juego y, en especial, de la escritura, concebida como una complicidad. Sin abandonar un mundo narrativo que le ha hecho inconfundible, su prosa se ha ido abriendo ―tal vez por la exigencia de sus adaptaciones teatrales y cinematográficas y por sus colaboraciones en la prensa― en novelas dominadas por el humor, la pericia argumental y una mayor atención por el desarrollo narrativo, como El vampiro de la calle Méjico, y que culmina en su obra más accesible y unánimemente celebrada, El abrecartas.
Con tal de no morir es, que yo sepa, su primera colección de relatos, pero ignoramos en qué fechas fueron escritos y si forman parte de un proyecto o es una simple recopilación o recuperación. Tal vez su unidad ―en cuentos de tan variados registros― nace de su fidelidad a las exigencias del género, pero también por el hecho de que, aunque quizá escritos en distintas épocas, se integran en este coherente mundo estético que ha creado el escritor alicantino a lo largo de toda su obra. Sólo en El peluquero de verdad, uno de los mejores, encontramos la celebración, el desenfado, las piruetas expresivas del Molina Foix más inconfundible, pero son muchos los relatos unidos por un valioso tema común: el de la soledad y la incomunicación en personas maduras, casi todas ellas solteras, con una intensa y reprimida o descaradamente exhibida sensualidad, que frecuentan bares, hoteles, peluquerías o discotecas en busca de compañía y donde se encuentran en extrañas situaciones. Hay pues una carga de emoción, una simpatía hacia los perdedores que el autor sólo había desarrollado plenamente en El abrecartas.
no todos los relatos ―como es propio de quien sólo se dedica esporádicamente al género, algo que en este caso no podemos más que lamentar― están a la misma altura. Todo él es un cuento inocuo que parte de una ocurrencia que no llega a desarrollarse, y en Como en Bagdad las coincidencias entre la primera invasión de Iraq y un caso de violencia de género son demasiado forzadas y explícitas. Las coincidencias se repiten, sobre todo, y ahora con acierto, en La hora española, desolada visión de dos personas solitarias en busca de compañía en Gadir, búsqueda en la que el intento de aventura sexual se confunde y se ve superado por la necesidad de encontrar un afecto filial.
las debilidades son las excepciones. El conjunto, sin embargo, está dominado por un enorme talento para crear situaciones y ambientes, con personajes donde la extravagancia y la comicidad no hacen más que acentuar un hondo sentimiento de desarraigo y desolación. En este sentido, el que mejor ilustra sus muchas y mejores cualidades es el ameno e intenso La ventana ilegítima, denuncia específica de la explotación inmobiliaria, sutil referencia a las arbitrariedades y abusos de la posguerra y delicado juego de relaciones. Con tal de no morir permite ser leído críticamente sin que en ningún momento decaiga el placer de una lectura llena de sorpresas.
(J.A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia)
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