miércoles, 30 de septiembre de 2009

LA DANZA PIADOSA, en Babelia

Berlín, a mediados de los años veinte: la capital alemana de la diversión y del vicio, la ciudad de los tugurios barriobajeros del del Ángel Azul y, al mismo tiempo, la urbe modelo de Metrópolis, fabril, ultramoderna, de ritmo frenético. Pocos lugares en la Europa de entreguerras rezuman semejante potencia intelectual y creativa. La ciudad se ha convertido en un hervidero de genios y bohemios, nuevos ricos y proletarios politizados, mujeres emancipadas y bellezas venales. Tan electrizante como dura, Berlín es un crisol de clases, razas e ideologías que ha inspirado más de una novela extraordinaria, la primera de todas Berlin Alexanderplatz, de Döblin.

aunque probablemente ninguna de ellas posea el apasionamiento y el idealismo juveniles de La danza piadosa, de Klaus Mann. Escrita por el hijo mayor de Thomas Mann a los 19 años, respira toda la fascinación del recién llegado escritor en ciernes por la intensidad de la vida berlinesa, los bajos fondos y los placeres prohibidos. Y contiene una fervorosa declaración de principios a favor de los placeres amorosos y contra las convenciones de la moral sexual. Pues La danza piadosa no solamente rinde un homenaje a una ciudad y acomete un retrato perspicaz de una generación de jóvenes alemanes perdidos en el caos de la posguerra, sino constituye una de las primeras «novelas homosexuales».

una época convulsiva, de galopante crisis económica y de grandes «confusiones», advierte el autor en el prefacio, se refleja en la existencia del protagonista, un cándido joven de buena familia que llega a Berlín con el propósito de ser pintor. La vocación artística pronto se diluye en las juergas nocturnas con chaperos y cupletistas; el talentoso Andreas empieza a trabajar en un chabacano cabaret, donde se enamora sin perspectiva de un vivalavirgen desvergonzado. Klaus Mann, «el niño prodigio de su generación» y gran autobiógrafo, dibuja aquí, con levedad juguetona y sabiduría precoz, una primera imagen irónica de sí mismo. La artificialidad de los ambientes y el tono exaltado ―atenuado en la solvente traducción de María Luz Blanco― no desmerecen de ninguna manera este relato sensual y sugestivo.

(Cecilia Dreymüller, Babelia, 08-08-09)

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